sábado, 16 de abril de 2011

La experiencia de lo sublime



La tercera expedición a Los Nidos, sin duda fue una experiencia de lo "sublime", según las definiciones de Edmund Burke, que podemos entender como el encuentro del ser humano con la desmesura de la naturaleza, con la vastedad y la vitalidad de los gigantesco.

La profusión de nieblas, la gran velocidad con que rellenaron el altiplano de Los Nidos, el cambio de la luz dura y diáfana del desierto costero hacia una densidad ingrávida, difusa, sofocante y gélida, no dejó a nadie indiferente. El proceso se produjo en un breve periodo:

-primero un mar de nubes que evocaba al famoso cuadro del pintor romanticista Caspar Friedrich: "Caminante sobre un mar de nubes";

-luego un momento de penetración por el centro del altiplano de un cuerpo nuboso que fue produciendo una gran variedad lumínica, reflejada en el suelo despejado del desierto;

-hasta el momento de la envolvente tridimensional, cuando los cuerpos de nubes se densifican y se arrastran sobre el suelo, hasta impedir ver más allá de unos pocos metros, momento en que se esfuma el paisaje, se pierden las referencias produciendo ese "horror delicioso" característico de la experiencia de lo sublime.



Burke en Indagaciones filosóficas sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, dice:

"La grandeza de dimensiones es una causa poderosa de lo sublime. Esto es demasiado evidente, y la observación demasiado común, para necesitar ilustración: no es tan común considerar de qué manera la grandeza de dimensiones, y la vastedad de extensión o cantidad, provoca el efecto más sorprendente. Pues, ciertamente, hay maneras y modos por los que la misma cantidad de extensión producirá efectos mayores de los que se ve que provoca en otros. La extensión se aplica tanto a la longitud, como a la altura y a la profundidad. La longitud es la que menos sorprende; cien metros de suelo nunca provocarán un efecto similar al de una torre de cien metros de alto, o de una roca o montaña de la misma altura. Tiendo a imaginar que la altura, por consiguiente, es menos grandiosa que la profundidad; que nos sorprende más mirar hacia abajo, desde un precipicio, que mirar hacia arriba a un objeto de la misma altura; aunque de esto no estoy muy seguro. Una perpendicular tiene más fuerza para formar lo sublime, que un plano inclinado; y los efectos de una superficie rugosa y quebrada parecen más fuertes que los de una lisa y pulida. (...)"



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